martes, 27 de mayo de 2008

El día que me convertí en pordiosera

Esta mañana una amiga comentó que una persona necesita ocho abrazos al día para sentirse bien. Estoy de acuerdo con ella, las muestras de cariño son necesarias para sobrevivir, y sin querer me di cuenta de que hace unos meses cuando me encontraba en una situación de escasez amorosa interna y externa, recurrí al barato truco de mendigar amor.

La verdad es que sería bonito poder comprarlo a granel en la tiendita de la esquina o hacer un pedido por catálogo con entrega a domicilio. Encontrar un sastre que lo hiciera a la medida o adquirirlo online, resultaría sumamente atractivo; pero desafortunadamente en pleno siglo XXI, nadie ha encontrado la receta para comercializarlo. Por eso, en ocasiones resulta más sencillo ir recogiendo las miserias que uno se va encontrando por la calle, como hice yo en aquella época de mi vida, (desafortunadamente no tan lejana).


Sí, lo acepto me convertí en una pordiosera. De un día a otro perdí las riquezas que había acumulado durante dos años y medio. “Mi socio” me echo a la calle, destruyó la empresa que teníamos juntos y cometió fraude. Mis ingresos amorosos se fueron a la quiebra, empecé a sentir el frío de la inestabilidad, no tenía fuerzas ni lugar dónde vivir, así que a partir de entonces empecé a pedir limosna. Al principio no sabía por donde empezar, pero pronto descubrí que para practicar esta desgastante actividad no necesitaba llevar escrito en la frente “me conformo con lo que sea aunque me trates mal”, ya que un simple pensamiento era necesario para gritar a los demás la pobreza de mi alma.

Uno de esos días, mientras hurgaba en la basura me encontré con Cyrille… Sexy, guapo, francés… Vamos, el ser perfecto para acabar con mi autoestima. A él le encantaba jugar con mi cabeza; disfrutaba de pisotearme de una forma tan tierna que casi no me daba cuenta. Al principio, parecía ofrecer un producto de primera calidad, pero con el paso de los días el sutil sentimiento resultó estar rodeado de prejuicios, críticas, mentiras y desechos que en lugar de dar, me quitaban los restos de amor que me quedaban.
Mis reservas estaban al límite y más que el tiempo, fue la intensidad con la que empecé a recolectar las pocas palabras cariñosas, los abrazos fingidos y las miradas vacías que me daba. Pero él no era el culpable, el pobre no tenía nada que ofrecer y ni siquiera es la razón de este escrito, lo importante es que yo acepté morirme de frío en las calles esperando paciente todo lo que los demás no querían.

Ser una indigente fue bastante complicado, no hay velas que calienten, subvenciones estatales que duren o donativos que sacien el hambre, porque el verdadero problema es que todo se va por el vacío interno. Hoy en día, aunque no presumo de grandes y nuevas construcciones, ya no quiero “volver a las calles” y aunque la cosa va lenta, poco a poco he ido escalando de estatus emocional. Los que hayan pasado por una crisis saben que volver a derrochar amor requiere tiempo, pero en lo que se me pasa por completo, por ahora he decidido concentrarme en mi empresa individual. No quiero firmar contratos hasta no estar completamente segura y aunque a veces me gusta escuchar ofertas, (algunas muy atractivas), todavía me da miedo no saber si valen la pena o la mejor forma de manejarlas.
Qué se le va a hacer...

martes, 13 de mayo de 2008

Los hombres son como los zapatos…

Lo reconozco. Una de las cosas que más me gusta hacer es ir de compras y aunque suene terrible, dicha actividad me ayuda a llenar los vacíos provocados por mis miedos y prejuicios. Sin embargo, mis compulsivos actos de compradora y las últimas experiencias que se han atravesado en mi vida, más que ampliar mi guardarropa, me han llevado a reflexionar sobre la estrecha relación que existe entre los hombres y los zapatos, generando así, mi nueva visión acerca del sexo opuesto.

Quiero subrayar que esta investigación no ha sido fácil. En el camino me he topado con dolorosas torceduras, hinchazón y muchas heridas que han requerido de intensos tratamientos en el salón de belleza y largas horas con las piernas en alto; sin mencionar que en varias ocasiones me he quedado prácticamente en la ruina. El tiempo del recorrido ha sido relativamente corto, sin embargo la información y las conclusiones obtenidas, han sido tan intensas que no tengo duda alguna de su credibilidad.

Gracias a ello, ahora puedo afirmar que al igual que un nuevo modelo de zapatos, a los hombres hay que verlos al menos un par de veces desde la vitrina. Hay que observarlos con cautela, pero a la hora de comprarlos se debe tener mucho cuidado, ya que en ocasiones algo que a primera vista parece irresistible, la segunda ocasión ya no lo es. El problema se agrava cuando las mujeres impulsivas como yo, que nos aventuramos a pagar cantidades exorbitantes por algo que al principio resulta extremadamente atractivo, después nos llevamos grandes decepciones cuando descubrimos que dichos artículos hacen daño, tienen graves defectos o son muy difíciles de usar.

La versatilidad es un factor sumamente importante; no todos los zapatos están hechos para soportar el día a día. Algunos pares sólo pueden usarse para ir a cenar, pero son extremadamente delicados para un día de lluvia o para salir a pasear por la mañana. Por eso hay que tomar en cuenta el precio que cuesta un capricho que la mayoría de las veces ni siquiera es de buena calidad. Para una mujer que no está acostumbrada a andar por caminos difíciles, hay que tomar el doble de las precauciones, ya que estos objetos a veces tienen el poder de dejar devastada a cualquiera y por desgracia, cuando el dolor de pies es tan fuerte, incluso arrebatan las ganas de volver a salir a caminar por la calle durante días, semanas o incluso meses.

Hoy en día la marca ya no es una garantía. Un exquisito diseño de la casa de moda más importante, puede haber sido fabricado en China bajo dudosas (y engañosas), normas de calidad que a la larga resultan altamente contraproducentes para la economía y el ego. Pero lo más difícil de aceptar es que ese apreciado modelo no es único, hay pares que están siendo usados por varias mujeres que no saben que otras los tienen y, por desgracia cuando una se topa con otra usando el mismo diseño, empieza el caos.

Comprar zapatos y salir con hombres, no es una tarea sencilla. A veces no hay número adecuado en la tienda o bien, otra mujer ya se los ha llevado rebajas. Pero quedarse con los viejos elementos tampoco es opción, porque aunque den nostalgia, por más que se intenten arreglar para volver a usarlos, las modas cambian y conforme pasa el tiempo empiezan a quedar raros. La realidad es que cuando los pies se han vuelto tan sensibles, da miedo no encontrar los zapatos adecuados… Yo tengo los pies destruidos y a veces creo que la mejor opción sería quedarme descalza.